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Napoleón Bonaparte en el 200 aniversario de su muerte

Genio militar, estadista, Primer Cónsul y Emperador de Francia, pero también “pequeño cabo”, dictador, déspota, invasor y muchos calificativos más. Personaje controvertido donde los haya de la historia contemporánea de Europa. Pero ¿Quién era realmente Napoleón Bonaparte?

Cultur Viajes_Maximiliano Barrios

Sin duda un hombre de su época, la culminación de la propia revolución francesa personificada en su figura, con todas las contradicciones, pero que escribiría el punto final del Antiguo Régimen. Con él emergería una nueva clase dominante: la burguesía, por el camino, una sucesión de guerras crueles y sangrientas que devastarían toda Europa. En ocasiones junto a ellas llegaron las ideas ilustradas a los últimos rincones del viejo continente: Montesquieu, Voltaire, Diderot o Rousseau, del que se consideraba discípulo el propio Bonaparte, impregnaron las mentalidades de una nueva sociedad que daría el golpe de gracia a un mundo feudal ya decrépito.

Sus originales e innovadoras tácticas militares le otorgaron una ventaja incontestable en el campo de batalla, pero cuando todo parecía de cara algo vino a torcer su destino: La ulcera española, la metáfora ocurrente del propio emperador que aludía a su otra úlcera, en este caso la estomacal que acabaría con su vida un 5 de mayo de 1821.

Como Napoleón escribió en su exilio, cuando recordaba en Santa Elena los errores que habían provocado su fracaso: Todas las circunstancias de mis desastres vienen a vincularse con este nudo fatal; la guerra de España destruyó mi reputación en Europa, enmarañó mis dificultades, y abrió una escuela para los soldados ingleses. Fui yo quien formó al ejército británico en la Península.

Entre 1808 a 1814, un gran numero de tropas francesas tuvo la difícil tarea de controlar un territorio enorme e inhóspito, hostigado por un enemigo invisible y de impredecibles movimientos, sin duda Napoleón se había equivocado en su cálculo sobre España, de los 12.000 soldados que esperaba perder en sus campañas en la península ibérica, seis años después había perdido 110.000 hombres y lo que era peor para su orgullo, había sido derrotado y con ello comprometido su futuro en el continente, más si cabe si tras la expedición a Rusia. Ambos frentes combinados provocaron el desenlace de la aventura imperial que ya fue sólo cuestión de meses. La entrada del Reino Unido en combate en los campos de España y Portugal, espoleados por su victoria en Trafalgar, fue también decisiva.

Mal empezaron las cosas cuando el propio Napoleón tuvo que cruzar la frontera en noviembre de 1808 como último recurso para apagar el fuego que amenazaba con derrocar a su hermano José I, tras sólo unos días de gobierno. La derrota de Bailén en Andalucía y la de Roliça a las puertas de Lisboa fueron las primeras derrotas de los invencibles estandartes franceses en suelo europeo. En la mar ya habían recibido su merecido, Trafalgar significó el fracaso del bloqueo marítimo al que Napoleón quería someter al Reino Unido en su disputa por el dominio del mundo y la principal causa para su incursión en la península ibérica con la excusa de invadir Portugal para hacer efectivo un nuevo bloqueo.

Con destino a los puertos portugueses, con los que los británicos mantenían el comercio y burlaban el bloqueo continental francés impuesto en toda Europa, las tropas francesas irrumpieron en el escenario ibérico con la aquiescencia del gobierno español. Lo que no sospechaban por aquel entonces Godoy y la Casa Real eran las verdaderas intenciones de Napoleón, ya que una vez puesto el pie en la península ibérica no desaprovecharía la ocasión de convertir a España en uno más de sus estados satélites con los que controlar toda Europa. El sueño imperial inmortalizado por David en su afamado lienzo Le Sacre de Napoleón, el sueño vanidoso de un hombre al que en su día el mismo Beethoven dedicaría su sinfonía número 3, la Heroica, luego arrepentido ante la deriva del francés, estaba ligado al dominio del continente, desde Gibraltar y Lisboa hasta Moscú.

Estos planes de grandeza comenzarían a truncarse en el “ruedo ibérico” obligando a Napoleón a asumir el mando de sus tropas personalmente con La Grande Armée compuesta por 250.000 soldados dispuestos a pacificar la península de una vez por todas.

De aquella época nos han quedado mil historias y anécdotas, su paso por Tordesillas y su encuentro con la abadesa del monasterio de Santa Clara de Tordesillas, su persecución inmisericorde a Jhon Moore, el escurridizo escocés que trajo en jaque a los franceses hasta su trágico destino final en el puerto de La Coruña, el incendio del castillo de Benavente y muchas más, interrumpidas todas ellas por los preocupantes despachos que llegaban desde el este de Europa. En Austria se preparaban para la guerra, en Turquía una revuelta de los jenízaros depuso el orden establecido y pacto con los británicos, mientras en Francia soplaban vientos de rebelión, Talleyrand y Fouché, altos mandos del gobierno conspiraban juntos contra Napoleón.

Así pues, tras esperar acontecimientos Napoleón abandonara España sin haber pisado siquiera Portugal rumbo a solucionar los problemas surgidos en Europa. El 20 de enero de 1809 cruzó la frontera y comenzó los preparativos para la guerra contra Austria, su posterior campaña en Rusia dejaría en el olvido la península ibérica donde un nuevo personaje, el futuro duque de Wellington, tomaría el relevo respecto al protagonismo en la guerra peninsular, su trayectoria incluiría victorias como Bussaco, Arapiles y Vitoria para poner el punto final del dominio francés más allá de los Pirineos. El destino les aguardaría un cara a cara solventado con la batalla de Waterloo, tras la cual Napoleón Bonaparte fue exiliado a la isla de Santa Elena hasta el final de sus días. Una etapa de la historia de Europa acababa de cerrarse.

Para celebrar el doscientos aniversario de la muerte de Napoleón en Cultur Viajes rememoramos estas historias, no sólo nos centraremos en Napoleón, sino también en Wellington o el guerrillero Julián Sánchez el Charro. Con la visita al campo de Batalla de los Arapiles y a Ciudad Rodrigo, nos adentraremos en el país vecino para recorrer los vestigios que aún recuerdan el paso de las tropas en contienda, algunos tan espectaculares como las líneas defensivas Linhas de Torres Vedras, que se extienden por más de 80 kilómetros entre el mar y el río Tajo, protegiendo Lisboa contra las invasiones francesas. Estas fortificaciones fueron el ingenioso sistema defensivo ideado por Wellington para detener el avance francés. Levantadas en tiempo récord hoy constituyen uno de los mayores recuerdos de lo que significaron las guerras napoleónicas en la península ibérica, junto a ello interesantes monumentos y ciudades, algunas con el marchamo de patrimonio mundial de la UNESCO, como Coímbra, Mafra o Évora. Un viaje al pasado en busca de las huellas de Napoleón y sus antagonistas: Wellington, los guerrilleros y el pueblo español y portugués, verdaderos actores de esta historia.

Interesante ¿verdad? Echa un vistazo a nuestro itinerario Portugal en las Guerras Napoleónicas. Tras los pasos de Wellington y Napoleón. Del 22 al 27 de junio con Maxi Barrios. Haz clic para más información y reservas. 

IMÁGENES: Napoleón cruzando los Alpes, obra de Jacques-Louis David / Tumba de Napoleón en Los Inválidos (París) / Le Sacre de Napoleón, obra de Jacques-Louis David en el Museo del Louvre / Palacio de Bussaco. Foto de Vitor Oliveira (CC BY-SA 2.0)/ Convento de Bussaco /Mausoleo de Julián Sánchez El Charro en Ciudad Rodrigo. Foto: Maximiliano Barrios
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