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Con motivo de la reciente reapertura del centro expositivo Rom, tras cuatro largos meses de confinamiento, El Norte de Castilla dedica un reportaje a este «museo vivo lleno de historias», que gestiona Fundación Santa María la Real en el antiguo monasterio premostratense de Aguilar de Campoo. Os dejamos aquí el texto para que conozcáis un poquito más el lugar que sirve como punto de partida para nuestras escapadas: Románico Norte y Naturaleza románica; así como a nuestro compañero César del Valle, miembro del equipo de especialistas de Cultur Viajes. 

Enclavado en el monasterio de Santa María la Real, en la localidad palentina de Aguilar de Campoo, el centro expositivo Rom es mucho más que un museo, constituye la puerta abierta a todo un territorio románico en el que las piezas son las múltiples iglesias medievales que salpican el entorno. ¿Qué ofrece al visitante? Emoción, entretenimiento y educación. Un espacio único, en el que disfrutar de la historia y el patrimonio de una forma diferente, cercana y didáctica. Recorrer sus salas acompañado por el equipo de la Fundación Santa María la Real, entidad encargada de su gestión, es escuchar las muchas historias que han quedado grabadas en sus piedras.

Relatos de su época de esplendor que nos acercan a los canteros que con tanta maestría labraron los capiteles del claustro o de la iglesia, a los nobles que facilitaron su construcción, a los premostratenses que lo habitaron durante siglos, a fieles y sirvientes. Historias de decadencia, que nos llevan a la desamortización de Mendizábal, al abandono y a la pesadilla de la ruina, superada gracias a un grupo de locos soñadores, que se empeñó no solo en rehabilitarlo, sino también en llenarlo de vida transformándolo en museo y en instituto de Educación Secundaria. Y, así, contando historias, llegamos al presente, de la mano de César del Valle, coordinador del centro, quien nos explica que su reto es «acercar la historia a cualquier persona, demostrar que puede ser algo divertido, que engancha».

Para lograrlo ofrecen diferentes tipos de visita. De martes a domingo, recorridos libres o guiados en grupos reducidos, 15 personas como máximo, para garantizar la seguridad, sí, pero también para que visitante pueda experimentar «el recogimiento, el silencio, el frío o la soledad» que transmiten las salas del monasterio. Gracias a la colaboración del instituto, se han abierto nuevos espacios como la antigua cocina, que permiten entender mejor la vida y la austeridad con la que vivían los premostratenses y desde la que resulta mucho más fácil explicar cómo era su dieta «a base de carne, pescado y productos del entorno» o como preparaban un vino mezclado con agua, bastante alejado de lo que nuestros refinados paladares actuales podrían considerar como «exquisito».

Pensando en los largos meses de confinamiento, se han potenciado los recorridos por espacios exteriores como el Patio de Manantiales, que se sitúa tras la iglesia, donde el visitante puede contemplar el ábside y disfrutar del murmullo del agua del arroyo que recorre el monasterio y que nace en la peña que lo abriga, en la que, según cuenta la leyenda, descansan los restos de Bernardo del Carpio. «Los premostratenses ya utilizaban técnicas de marketing y, tener un héroe legendario enterrado a dos pasos de su monasterio, suponía más visitas, más donativos y más bonanza para la orden», explica del Valle. Precisamente, Bernardo es uno de los personajes o espíritus que, los viernes por la noche, cobran vida en la visita teatralizada para narrar su historia en primera persona.

Para quienes se queden con ganas de más los fines de semana la propuesta pasa por recorridos por el entorno para conocer la historia de Aguilar o para visitar las iglesias de la zona, a través de visitas concertadas con Cultur Viajes, la agencia especializada en turismo y cultura de la Fundación. «El monasterio no es sino la puerta de entrada a todo un territorio románico», concluye del Valle.

¿Qué mejor pieza que el propio monasterio?

Cuando trabajas en un lugar con tanta historia, es difícil seleccionar una única pieza destacada, por eso, César el Valle, lo tiene claro, el monasterio en sí mismo es la pieza principal de este museo vivo, el corazón de este territorio románico. De hecho, con la llegada de los premostratenses, en el año 1169, se convirtió en el edificio de referencia. Al abrigo de su construcción se concentraron importantes canteros y escultores que se encargaron de irradiar su arte y el románico por el entorno. Del edificio destaca el claustro y la iglesia, donde ya se perciben influencias del gótico.

 

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