Vuelven tiempos difíciles, en los que viajar parece cada vez más complicado puesto que la incertidumbre, ¡la temida incertidumbre!, se ha apoderado otra vez de nuestro día a día. Pero a este virus lo venceremos y todos los que amamos viajar volveremos a recorrer el mundo sedientos de conocimiento. Hasta que eso llegue… ¿Qué os parece si recordamos alguno de los viajes que sí hemos podido realizar este año? Hoy compartimos una nueva crónica de María Dolores Rebollo, esta vez por los Grandes Monasterios de Portugal. ¡Disfrutemos de su relato!
En este extraño 2020 que nos está tocando vivir, la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico, a través de Cultur viajes, ha organizado un recorrido por algunos de los más representativos Monasterios portugueses, un circuito en el que también pudimos gozar de alguna joya española.
Esta vez el grupo, por razones sanitarias, era pequeño, dieciocho personas más nuestros acompañantes de la Fundación, Paula Álvarez y Jaime Nuño, el autocar era grande, 52 plazas, única manera de garantizar la distancia, además del uso continuado de la mascarilla, geles y demás impedimenta ocasional.
La primera etapa del viaje fue Trujillo, cuna de descubridores y conquistadores españoles, Francisco de Pizarro el más famoso y conocido, no menos lo es Orellana y otros a los que sería muy largo enumerar.
Tras un recorrido por la ciudad en la que además de los bellos edificios de la Plaza Mayor pudimos visitar la iglesia de Santa María y admirar su espectacular retablo, pudimos degustar un menú extremeño, compuesto de migas y caldereta.
Después de comer continuamos viaje hasta Elvas, ya en Portugal, ciudad fronteriza en la que destaca el fuerte de Gracia, que visitamos y el castillo. Nos alojamos en la Pousada y en la cena pudimos degustar un sabroso bacalao con costra.
La siguiente etapa nos llevó hasta Évora, con su templo romano, su Catedral románica y gótica y el Monasterio de San Francisco, dónde se encuentra la capilla de los Huesos, inquietante lugar que nos recuerda lo que somos y seremos.
Una exquisita comida gourmet, marcó el punto y seguido antes de continuar hasta Lisboa, dónde pudimos admirar el primero de los monasterios objeto del viaje: el Monasterio de los Jerónimos, joya y culmen del estilo manuelino y una demostración de la grandeza portuguesa del momento. En la actualidad es museo de Arqueología, únicamente la iglesia conserva su finalidad religiosa.
La visita continuó con el Monumento a los Descubridores, que se podría denominar de los padres de la patria, pues se dedica a los personajes insignes de la historia portuguesa, encabezados por el Rey Enrique el Navegante y se completó con la coqueta Torre de Belem, que sobre una isla del estuario del Tajo, conocido como Mar de la Paja, se asoma al mar haciendo notar su presencia en un intento de disuadir al enemigo, no creo que lo lograra, sino que por el contrario, su belleza atraería la atención por conocerla.
La visita a la ciudad de Lisboa se hizo en tuctuc, unos graciosos cochecitos con los que puede subir a los lugares más altos e inaccesibles de la ciudad, andando, casi imposible. Tras recorrer algunos de sus más significativos miradores, la visita terminó en la catedral.
La jornada lisboeta concluyó en una cena amenizada con fado, tres cantantes que nos acompañaron con sus emotivos cantos.
El día siguiente tuvimos otro de los platos fuertes del viaje, Alcobaça y Batalha. El Monasterio de Alcobaça, es una joya del arte Cisterciense y el lugar del enterramiento del rey Pedro I y su amada Inés de Castro, la historia de amor inmortalizada por Luis Vélez de Guevara en su drama “Reinar después de morir”. El monasterio está muy bien conservado, su gran claustro y dependencias, como la Sala Capitular, la magnífica Iglesia, todo un conjunto que merece la pena visitar muy detenidamente.
La comida en esa bonita ciudad fue un guiso de pollo, acompañado de unas exquisitas patatas fritas como hacía tiempo que no las comía. La visita concluyó con un paseo por el Jardín del Amor, erigido en homenaje a Pedro I e Inés de Castro, en la confluencia de los ríos que riegan la ciudad.
Por la tarde se visitó el Monasterio de Batalha, joya del gótico, en el que se encuentra la tumba al soldado desconocido y en el que destacan las llamadas capillas imperfectas, aunque habría que llamar inacabadas o incompletas, en cualquier caso un conjunto original además de bello.
La jornada terminó en Tomar, donde el día siguiente se visitó el Monasterio de Cristo, así denominado pues fue erigido por los Caballeros de Cristo, los sucesores de los Caballeros Templarios en el reino de Portugal.
El conjunto monástico es inmenso, iniciado como castillo, se transformó en monasterio. Sus cinco claustros, un deambulatorio, denominado Charola, construido al estilo del Santo Sepulcro en Jerusalén, la hospedería, un espectacular aljibe, todo el conjunto lo convierte en uno de esos lugares que sería obligatorio visitar.
La comida de ese día fue medieval, a la luz de las velas, pudimos degustar una especie de pan “preñao” de bacalao y un exquisito guiso de ternera, en un ambiente que trataba de parecer medieval, con platos y copas de barro y la escasa luz. Muy logrado.
La visita oficial terminaba aquí, pero se añadieron una pequeña iglesia, la de la Concepción y la Sinagoga, en la misma ciudad.
Por la tarde visitamos al castillo de Amoroudol, que se erige en una isla en mitad del Tajo a pocos kilómetros de Tomar, al que solo se puede llegar en barca un lugar verdaderamente encantador y que fue una sorpresa que nos ofreció la organización.
El regreso a España se hizo a través de la sierra, en un viaje de montaña de los que puedes disfrutar del paisaje, esas carreteras secundarias con curvas, que cunden poco, pero se disfrutan mucho, llegamos a Plasencia, otra de esas ciudades monumentales extremeñas, llenas de palacios, monasterios e iglesias y en cuyo parador se dio por terminado el viaje. El resto del viaje fue un agradable paseo hasta Madrid.
Pero no podemos concluir esta reseña sin referirnos al elemento humano, este grupo de catorce mujeres y cuatro hombres, venidos de distintos puntos de España y unidos por el Amor al Arte, nunca mejor dicho y por supuesto el buen saber y hacer de la Fundación, aquí representada por nuestros amigos Jaime y Paula.
Jaime, como siempre nos aportó sus conocimientos, con esa mezcla de historia, arte y anécdotas que tan amenas hacen sus explicaciones y Paula, que a su capacidad organizativa y buen hacer añade el toque de juventud, que tan bien nos sienta a todos y una gran dosis de paciencia, tan necesaria en estas ocasiones.
Y ya sólo queda esperar el próximo viaje, esperemos que ya desenmascarados, tranquilos y relajados. Como siempre un placer queridos amigos de la Fundación, sin cuya dedicación nada de esto habría sido posible. Hasta siempre.
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